Que es lo que quiero, que me propongo

QUÉ ES LO QUE YO QUIERO, QUÉ ES LO QUE ME PROPONGO
 CONSUELO RUIZ VÉLEZ-FRÍAS.
 La comadrona del Parto Sin Dolor

 No tengo más remedio que dar una explicación porque me doy cuenta que estoy bordeando el ridículo con mi actitud y más de uno se preguntará qué pretende una anciana minusválida interviniendo, todo lo activamente que puede, en cuestiones que ya no le atañen.Yo vivo modesta, pero decentemente, de mi pensión de jubilada, después de haber trabajado toda la vida y ningún interés económico me mueve. Acaso, alguien creerá que soy una persona nostálgica del pasado, con un deseo tan absurdo como que el tiempo dé marcha atrás y que abomino del sistema moderno de asistir partos, juzgando inmutable el tradicional. Nada más lejos de la realidad.

Mi cuerpo ha envejecido y se ha deteriorado, pero mi espíritu es imperecedero y sigue, como siempre estuvo, proyectado hacia el futuro y con intención de mejorar el presente, pero nunca añorando el pasado. Estudié la carrera de comadrona no como un medio de ganarme la vida, sino con la premeditada idea de hacerlo mejor, de buscar respuesta a las muchas incógnitas que el parto presentaba, de las cuales la más llamativa y universalmente aceptada, sin explicación convincente, era el fatídico, el inexplicable dolor. Mi propósito fue participar, con verdadera vocación y afán de investigar en el acontecimiento tan importante y particular del parto, pues para seguir el camino trillado, para ser una comadrona más, no me hubiera valido la pena introducirme en una profesión y en un ambiente que estaba a años luz del mío.

 La verdad es que, desde los albores de la Historia, esta noble función fisiológica ha estado rodeada de tal cúmulo de supersticiones, ignorancia e intereses bastardos y que la mujer, influenciada por tales elementos, perdió el instinto de parir y en adelante ya no estuvo en situación de llevar a cabo una función fisiológica, sin dolor, sin aspavientos y sin ingerencias ajenas a dicha función. Una mujer sana respira, digiere, su sangre circula, todos sus órganos y sus sistemas cumplen su misión sin necesidad de médico, drogas ni aparatos a los que sólo se recurre en caso de enfermedad. Pero el parto fue clasificado, primero, como maldición divina y, modernamente, como grave y peligrosa enfermedad sin más elementos de juicio que el parto dolía, sin investigar porqué dolía una sola de las diferentes funciones del organismo y que, de modo extraño, solamente dolía en la última fase, la más breve y fácil, del largo y complicado proceso de de la reproducción vivípara. No es de extrañar que, en épocas pasadas, este hecho no se haya tenido en cuenta, no haya sido examinado debidamente, porque la mujer estaba considerada como un ser inferior, como una persona de segunda categoría, creada para que el varón se sirviera de ella para sus fines, entre los que se cuenta la supervivencia de la especie. Hasta hace muy poco tiempo, la mujer estaba supeditada al varón, el padre, el marido o, en su defecto, el hermano, dominaban la vida de la mujer hasta en sus mínimos detalles, como sus representantes legales y ninguna podía disponer, sin su aquiescencia, de su hacienda, de su vida y, mucho menos de su cuerpo. Ante la Ley, la mujer estaba considerada como un niño o como un deficiente mental. Ahora parece que la mujer es libre, puede votar, puede intervenir en política y desde luego, puede disponer de su casa, de su hacienda y de su cuerpo. Ejerce profesiones y actividades tradicionalmente reservadas a los hombres, pero existe aún una importante restrinción. Aunque ya estamos en el Siglo XXI, la mujer notiene la menor intervención activa, voluntaria y consciente en asunto de tanta importancia como el parto. Tiene que ir al hospital que su ginecólogo designe, el dia y hora que le indiquen, para que allí provoquen, dirijan y realicen su parto los perfectos y anónimos desconocidos a quienes corresponda estar de guardia en ese preciso día. Ella tiene que someterse, sin rechistar, a que la saquen del atolladero, de la terrible enfermedad en que se ha convertido el parto, función de la que no tiene más que unas ligeras nociones que se resumen en saber que se trata de una question de vida o muerte para ella y para su hijo. No sé hasta qué punto les servirá saber que están en manos de sesudos doctores que disponen de un nutrido arsenal de drogas, aparatos, maniobras e intervenciones quirúrgicas que emplearán, sin regateos, en salvar la vida de ambos. Admito, sin reservas, que quienes inventaron en parto dirigido, esto es, la intervención medicamentosa y quirúrgica de manera sistemática y, a veces innecesaria, lo hicieron con la laudable intención de abreviar el parto, pero indudablemente, tal intervencionismo se justifica por la desconfianza de que la Naturaleza no sepa reaslizar las funciones que le han sido encomendadas, o quizá porque, al tratarse de una función exclusivamente femenina, se esté seguro de que la mujer es inferior en todo, incluso biológicamente. Dejando a un lado las maniobras y medicamentos intempestivos, verdaderas fábricas de distocias y de sufrimientos innecesarios, el intervencionismo en el parto tiene el grave defecto de que prescinde, en absoluto de la mujer, a quien no se considera como ser racional, capaz de colaborar activa y eficazmente.en su parto, sino como simple materia, sin inteligencia ni voluntad, lo cual no deja de ser una verdadera afrenta, un insulto para la mujer. ¿Qué ocurriría en los partos si en ellos se echara mano de la enorme potencia que reside en la mente y en la voluntad de la parturiente? Desde luego, en la mente humana existen diferencias individuales, pero de ningún modo están relacionadas con el sexo, a pesar de lo que dijera Schopenhauer porque ha pasado mucho tiempo, desde entonces y la vida de las mujeres ha cambiado. La zapatiesta que se armó entre las escuela obstétrica francesa y la germano/austriaca, sobre si intervenir o no en el parto, tuvo justificación en los Siglos XVII y XVIII, pero las parturientes del XXI son muy diferentes y merecen otro trato. Qué sucedería si la mujer supiera cómo funciona su máquina de parir, cómo se pone en marcha y qué hay que hacer para que el parto transcurra sin ningún obstáculo y sin dolor? Seguramente, que las mujeres parirían afrontando el parto con la misma naturalidad y confianza en sí mismas con las que su organismo ejecuta las demás funciones fisiológicas. Hace bastantes años, en 1955 para ser exactos, publiqué un pequeño librito que se titulaba”El PARTO SIN DOLOR”, que fue el primero publicado en lengua española, sobre este tema. Iba dirigido a las embarazadas y trataba de enseñarles a parir conscientemente, a que se responsabilizasen de su parto como personas, como seres racionales e inteligentes, a que sustituyeran el instinto animal perdido con el conocimiento de lo que estaba pasando y de su papel en el acontecimiento. Empecé tal enseñanza entre mi modesta clientela y con las embarazadas que acudían a las consultas gratuitas de la desaparecida Escuela Oficial de Matronas de Santa Cristina y obtuve buenos resultados, pues ningún parto se complicó porque la embarazada supiera en qué consistían el embarazo y el parto y que era ella quién debía hacer lo necesario para llevar, felizmente su embarazo a término, parir con alegría y criar y educar a su hijo con toda satisfacción y sin problemas. No, yo no quiero que la asistencia obstétrica vuelva atrás, sino que progrese, que utilice la capacidad fisiológica de la parturiente para favorecer y facilitar la fisiología del parto, sin contrariar la naturaleza y normalidad del acto. No hay ninguna razón válida para que la medicina y lo cirugía intervengan en el parto, del mismo modo que no lo hace en otras funciones semejantes, salvo en caso de enfermedad, es lógico, que el médico se haga cargo de los partos distócicos, pero no lo es que, a fuerza de querer “ayudar” a la mujer en una tarea que puede hacer ella sola, como sola respira o hace la digestión, un parto normal se convierta en distócico. He dedicado toda mi vida a la quijotesca tarea e infructuosa tarea de tratar de conseguir que se aceptase el hecho, incontrovertible, de que el parto es una función normal del organismo femenino, que no hay por qué tenerle miedo, que se puede, se debe desarrollar, tan fácil, indoloro y personalmente como otras funciones, tanto o más complicadas, que el organismo ejecuta sin que ni siquiera nos demos cuenta de de lo que está pasando dentro de nuestro cuerpo. Sostengo que habría que educar a la mujer, desde su niñez, con vistas a la maternidad, en todos los sentidos, pues se nace mujer con la probablilidad de tener hijos. Creo que para ese fin, entre otros, existen dos sexos y ya es hora de que la maternidad tenga el alto rango que merece, que sea voluntaria, consciente, enterada y responsable, porque la mujer moderna se merece que sea así. Una vez que se supiera en qué consiste el parto, sería fácil aceptarlo, tal y como es, sin contrariar su evolución normal, colaborando con la Naturaleza, para que todo transcurra mejor.El papel de la matrona sería entonces, aleccionar debidamente a la mujer y vigilar, asegurarse, durante el parto, de que la mujer era capaz de llevarlo a cabo, de acuerdo con el programa fisiologico. Ya sé que esto parece una utopía, pero yo he visto parir, con la sonrisa en los labios a mujeres que trajeron al mundo, naturalmente, a bebés que no necesitaron incubadora, que empezaron a respirar y a mamar espontáneamente, criaturitas de ojos brillantes, llenos de curiosidad, de aspecto sereno, confiado, apacible, casi se podría decir niños y niñas contentos de haber nacido así, sin violencia, de madres sensatas que asumieron , en su parto, un papel activo y confiado, a mil años/luz de la actitud pasiva, temerosa y resignada con la que, la mayoría de las mamás, se ponen en manos ajenas para que otros fabriquen su parto, de la forma que a ellos les parezca, sin querer enterarse de nada ni participar en lo que, acaso, debería ser el acontecimiento màs importante de su vida, merecedero de ser ejecutado personalmente. Durante muchos años he ejercido como matrona y mi trabajo ha consistido, principalmente, en educar a las mujeres, en enseñarlas a parir, en convencerlas de que el parto era cosa suya, de que tenían el derecho y deber de parir sin ayudas, por sí mismas, porque su organismo estaba debidamente preparado para ello y porque el amor que el hijo iba a tener por ella, bien merecía que se lo ganase al parirle de buena gana, voluntaria y gozosamente. En el parto, mi misión se reducía, de acuerdo con la etimología de la palabra obstretix, estar presente, estar a su lado, de mujer a mujer, de igual a igual, suponiendo que aquella mujer se encontraba ante mí en un trance especialmente femenino, y tenía una inteligencia y una sensibilidad similares a las mías y que, seguramente, se valdría de ellas para salir airosa del empeño, para superar, con éxito, la tarea de parir, criar y educar a su bebé, como consiguió que éste llegase a ser viable, dentro del útero. Tengo la ilusión de que la obstetricia del futuro no desperdiciará la colaboración activa de la mujer y que ésta podrá vivir, intensa y plácidamente todos los aspectos de la maternidad, en especial, el parto, en el cual, la carga psíquica y emocional del momento, sobrepase y anule las eventuales molestias, sobre todo, si la mujer está segura de que su hijo nacerá solo y a su debido tiempo, sin necesidad de tener que recurrir a elementos ajenos a la fisiología humana por medio de unas fuerzas naturales e inmutables que llevan cumpliendo su cometido millones de años. Estoy convencida de que la forma de parir actual, en la que la máquina , las drogas y el ginecólogo se reparten el protagonismo, pasará pronto de moda y de que monitores, goteos, maniobras e intervenciones irán a hacer compañía a polisones, a faralaes y a corsés. En el futuro es muy probable que unos se cansen de jugar a supersabios, a ser semidioses, enmendadores de la vida natural y otras decidan no seguir comportandose como si fueran ovejitas, fáciles de confundir con cobayas y ratones y que, tal y como conquistaron su derecho al voto, a ir a la Universidad, a ser ministras y a tantos otros derechos de los que las mujeres modernas disfrutamos, las féminas futuras conquisten, sin protocolos, sin condiciones, su derecho a parir. No añoro el pasado, sino que sueño con un futuro que yo ya no veré porque he nacido demasiado pronto, exactamente en un año nefasto, 1914, el año de la Gran Guerra y, a pesar de ser mujer, ser pobre y una humilde comadrona, llevo muchos años, como una precursora, predicando en un desierto la buena nueva de una sociedad futura donde a la mujer le sean reconocidas, sin regateos, todas sus prerrogativas, incluso la exclusivamente femenina de disponer de su cuerpo para poder parir dónde quiera, cómo quiera y con quién quiera, una sociedad donde no se la considere como una dismínuida mental a quién se puede, impunemente, engañar y mentir para que no sepa cómo son, en realidad, las cosas.que más debieran interesarle. Mujeres ignorantes, tan fáciles de embaucar, como lo es distraer la atención de un bebé agitando un sonajero, que otra cosa no son algunas formas “modernas” de parir, sino verdaderos sonajeros ¡Basta de tratar a las mujeres como si fuéramos bebés! La mujer actual debe ser considerada como un ser humano adulto y normal y es de esperar que algún día pueda asumir y asuma todas las responsabilidades que le correspondan, incluidas las del parto, cuidado y educación de sus hijos. Quizá me he excedido en mis atribuciones, quizá no hubiera debido intentar mejorar el parto, quizá, por ser mujer, hubiera debido dejar las cosas tal y como estaban, como las habían organizado los hombres, pero no pude resistir la tentación de hacer algo que me parecía justo, de poner a la mujer en el puesto que debería estar, en el de compañera del hombre, no sometida a él, de ninguna manera, ni en ningún caso. No sé si he hecho bien o mal, defendiendo los derechos inalienables, propios, de la mujer y de su hijo, con uñas y dientes, como si me estuviera defendiendo a mí misma, y su hijo, como si todos los recién nacidos que pasaron por mis manos, hubieran sido hijos míos o como si hubiera sido yo la que tenía que parir, los defendía de la mejor manera que pude y hasta donde me lo consintieron sin reparar en sacrificios e injusticias, poniendo, como vulgarmente se dice, toda la carne en el asador. ¿Qué es lo que he conseguido? Según cómo se mire, poco o mucho. Por una parte, un puñadito de mujeres contentas y orgullosas de haber parido naturalmente y de haber conseguido unos hijos diferentes, unos bebés sonrientes, sanos, alegres, que donde quiera que vayan, llaman la atención, motivo de satisfacción para todo el mundo. Confieso que no son numerosas, sino pocas, una gota de agua en el mar . Pero, por otra parte, me voy a morir, llena de achaques y más pobre que una rata, pero con la conciencia tranquila de haber cumplido con mis deberes de mujer con mis semejantes, con la sensación de no haber gastado en vano mi aperreada vida, de haberla empleado en lo que me pareció justo y razonable. CONSUELO RUIZ VÉLEZ-FRÍAS.

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