Una insólita carta de amor



Concurso de “cartas de amor” para mayores de 60 años. 


Querido ... (discípulo obstetra):

No pienso que esta carta llegue a tu poder, tengo una dirección tuya desde hace mucho tiempo y, además me parece que era de un lugar de trabajo y no sé si todavía sigues en él ni siquiera en la misma ciudad.
No sé nada de ti desde el año pasado.  Esperaba tu felicitación el día de mi 89º cumpleaños, pero no me llamaste por teléfono y pensé que estabas fuera de España, realizando alguno de tus viajes a sitios lejanísimos, de los que solías traerme algún regalo. En este momento hace frío y llevo puesto el jersey de pescador que me diste hace mucho y que cada vez me está más grande porque aquella buena moza que yo era, cada vez se está quedando más pequeña.
No sé que ha pasado contigo ni por qué me has abandonado...¡te quiero tanto, te sigo queriendo! Aún duermo con el teléfono sobre la almohada para no tardar en cogerlo, en la mesilla de noche, esperando tu llamada, como cuando nos pasábamos horas hablando, hasta que te disculpabas diciendo: “Mañana tengo que madrugar...”
Te sigo queriendo, con un amor disparatado, romántico, imposible un amor de poeta, como el de los trovadores de la Edad Media a la inasequible dama del castillo.
Me enamoré de tu voz cuando la oí en mi telefonillo del portero eléctrico: Diciéndome: Soy yo, nos conocimos en la reunión del jueves. ¿Puedo subir a hacerte algunas preguntas sobre lo que expusiste.
- ¡Claro, te contesté, sube! Las preguntas eran sobre tema un científico en el que yo fui pionera y en total no concluí nada, ni logré hacer escuela,  estuve y vuelvo a estar ahora, a punto de dejarlo. Tomaste notas de lo que te dije y seguiste viniendo y me llamabas a menudo por teléfono. Te mostrabas tan asiduo que un día te pregunté qué querías de mí y me dijiste que nada, que te gustaba hablar conmigo, simplemente.
¿Te acuerdas que, un día que te pedí tu colaboración en mis experimentos me ofreciste tus manos, en sustitución de mi pobre mano inválida? El experimento fue un exito y se repitió más veces. Yo  creí que aquello era el principio de una buena colaboración entre profesionales y de una duradera amistad.
Efectivamente, ha durado años, no me acuerdo cuantos, ¡se me han pasado en un soplo! ¡¡Hasta empezamos a decirnos mutuamente que  nos queríamos!!
Y un día, una amiga común me preguntó a qué punto habíamos llegado y si yo
estaba enamorada de ti. Yo también empecé a preguntarme qué eras tú para mí que,
casi, casi,  podía ser tu abuela. Estuve tratando de saber por qué me daba tanta alegría oir tu voz al teléfono, que te contaba mis cosas, hasta las más íntimas, las que no contaba a nadie. ¿ Por qué me confiaba tanto en tí y me parecía tan corto el tiempo que pasábamos juntos? Empecé a preguntarme: ¿Quién es para mí? ¿Que papel representa este hombre en vida?
Siempre me han parecido ridículos los viejos verdes que no se enteran de que los años pasan y que cada edad es para vivirla de forma diferente y mucho más ridículas me parecen los viejas reteñidas, en manos de cirujanos plásticos, maquilladas y vestidas de pebeta, como cantaba Carlos Gardel, viejas adineradas que se pagan “gigolos”. Me horrorizaba que alguien me tomara por una de tales y quise saber la verdad. Séneca decía que tenía un genio, un ser invisible, a su lado que era su consejero y su mentor.
Yo, para no ser menos que el sabio griego, tengo un angelito con el que consulto mis cosas importantes y a él le pregunté por qué te quiero, por qué has sido tan importante para mí, por qué me siento, tan sola, tan triste, tan vieja, sin ti.
En respuesta del ángel, al menos yo lo interpreté como tal, soñé contigo. Habíamos hecho, pocos días antes, un experimento de los nuestros, en casa de Juan Ignacio y de Manuela, descabezaste un sueño en su casa y yo te estuve contemplado mientras dormías, con el mismo amor que al lado de la cuna una madre ve dormir a su bebé y venciendo la ridícula tentación de besarte en la frente mientras dormías.
Una noche, mi angelito me hizo soñar, contigo, durmiendo vestido, acurrucadito, como te había visto en aquella casa y, poco a poco, te fuiste transformando en un niño rubito, de dorados y ensortijados cabellos, que dormía plácidamente. Yo no salía en el sueño, pero me parecía estar a tu lado.
¡TE QUIERO! 
Decididamente, no voy a enviarte esta carta. La he escrito para un concurso de
“cartas de amor” para mayores de 60 años. Supongo que se refieren a viejos y viejas verdes que babean estúpidos e impotentes ante los jóvenes, queriendo  hacer revivir una actividad  amorosa  ya imposible en sus organismos caducos, un sucedáneo de amor.
Creo que voy a mandar esta carta, aúnque cause risa, este amor que siento por ti es el verdadero amor, sin interés, sin condiciones, sin obtener nada a cambio, un amor tan puro, tan ideal al que ni siquiera ha afectado para nada tu raro, inexplicable abandono, te quiero igual aunque no vuelva a verte ni a oir tu voz.
¡Dios te bendiga!

  





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe ...