EL PARTO NO ES UNA ENFERMEDAD

            Ni tampoco es un misterio, algo mágico y misterioso que ocurre por
sorpresa, sin que se sepa cuándo, cómo y por qué.

            El parto es, simplemente, la etapa final del largo y complicado proceso de 
la reproducción vivípara, la cual es una función fisiológica más del organismo,
tan normal como las otras.

            Hoy se sabe, a ciencia cierta , que el parto no es autónomo, sino que depende de un largo proceso  y se realiza bajo unas determinadas condiciones, perfectamente conocidas, que lo preceden y que la particularidad de que el parto,  a pesar de ser la etapa más breve y más fácil de todo el proceso,  sea doloroso, se debe a un  reflejo condicionado  negativo de la zona cortical del cerebro, que ha fabricado una vía nerviosa espúrea, provisional, que origina el dolor y como consecuencia lógica, la resistencia y la defensa, consciente o no, contra la causa que lo provoca,  el  fisiológico mecanismo del  parto.

            En tiempos primitivos, el parto debió ser algo sorprendente e inexplicable
para las gentes y los brujos de la tribu que, sin los conocimientos anatómicos  y
fisiológicos de la actualidad, no tuvieron más remedio que clasificar el parto entre los acontecimientos sobrenaturales, mágicos, en manos de dioses y diosas de muy diversa índole.

            La explicación de que el parto evolucione de forma diferente, incluso en la
misma mujer, seguramente se achacó a la buena o mala intención del dios o de la
diosa que interviniera en el parto y según su caracter, benéfico o maléfico, el parto sería fácil o difícil, doloroso o no.     Supongo que el brujo de la tribu y más tarde,  la sacerdotisa del templo,  no dejarían de informar a las gentes interesadas,  de los ritos,  ceremonias,  votos    y donativos necesarios para asegurarse la benevolencia y la protección del dios o de la diosa que se ocupara del parto.
           
Desde la prehistoria hasta nuestros días el parto ha estado y está rodeado de un cúmulo de supersticiones,  más o menos pintorescas,   generalmente aceptadas.

            La creencia de que el embarazo y el parto son enfermedades, no deja de ser una superstición moderna, ¡ojalá la última superstición relativa al parto!

            Las embarazadas van ahora al ginecólogo y al hospital con la misma fe, con la misma confianza, y con igual ignorancia de las  funciones normales que ejecuta su organismo espontáneamente con las que, antiguamente, iban las mujeres  a los templos paganos,  pues lo corriente es que cualquier mujer que sabe cómo funcionan sus electrodomésticos  y que sepa manejar el automóvil, el ordenador y otras máquinas, no tenga la menor idea de cómo funciona su cuerpo ni de en qué consiste el parto.
           
La ignorancia y el miedo hacen que la embarazada acepte como normas inmutables viejas supersticiones  y  acaso el goteo,  el monitor,  la episiotomía,   la epidural, etc. tomen a sus ojos el papel de los antiguos talismanes.
           
En 1976, un equipo de médicos, capitaneados por el doctor Abelardo Caballero Gordo, decidieron apoderarse del parto, modificándolo a su gusto, incluso publicaron un “Cursillo de Actualización Obstétrica para matronas” , donde se recogía el cambio que habían decidido dar a la asistencia al parto.
                  
            En dicha publicación no se cita, para nada, que hasta esa fecha,  el parto se había venido considerando como una función fisiológica normal, que casi siempre solía evolucionar de forma espontánea y sólo en algunos casos, obligaba a intervenir al médico o al cirujano y a trasladar a la parturiente a una Maternidad,  clínicas especiales  donde se atendían los partos que presentaban algún problema.

            Tanto el curso, como el libro que lo resumía, presentaban la novedad de considerar el embarazo y el parto como sendas enfermedades, poniendo de relieve casos y conceptos que de ninguna manera son comunes a todos los partos.
En el tema 1, al principio del libro, se recuerda que la asistencia al parto había sido siempre, y  conforme se recomendaba,  pasiva y vigilante.

La inmensa  mayoría de los partos se asistían a domicilio, por comadronas porque no presentaban  ningún problema, sino que cursaban como una función fisiológica más, al parto no se le daba más importancia y categoría que a la digestión,  las mujeres parían varias veces en su vida y su única preocupación era que el parto dolía,  pero como  ese dolor se creía que era debido al castigo impuesto a todas las mujeres por haber desobedecido Eva a los mandatos de su creador, las mujeres lo aceptaban, sabiendo que era pasajero, que no conllevaba secuelas, ni peligro de muerte de la madre y mucho menos del feto que no había participado en el pecado de Eva y, por lo tanto, estaba exento de castigo.

            Lo mismo las comadronas que las mujeres, aceptaban el parto con optimismo pues, mientras que se demostrara lo contrario, el parto era una función normal, que se podía verificar en casa, como el resto de las demás y valía la pena  encarar  con optimismo, ya que el final del parto, la obtención de algo tan precioso como un bebé, siempre era un final feliz y ese final era lo más importante del parto.   
                                                      
 Los doctores que organizaron el cursillo estaban convencidos de que “la obstetricia de hoy, dista mucho de la de ayer, como consecuencia del mejor conocimiento de la fisiopatología de la gestación, parto y puerperio, del progreso de la farmacología de la dinámica uterina, así como de la analgesia en el parto y la introducción de técnicas nuevas de extracción (vacuum extractor, espátula de Thierry, etc.) una actitud más activa que la vigilancia, la intervención médica y quirúrgica en el parto. Es decir, que en la actualidad ya no se tiene en cuenta la presunción de normalidad en el parto, sino que se le aplican los remedios que antes se usaban, sólo en los casos en que un problema los hiciera  necesarios.

            Pero parece ser, que las personas más directamente afectadas por el parto, las mujeres que son las que tienen que parir, no están todas de acuerdo con el papel que  en el parto se les ha asignado, simplemente el de materia, sobre la que el médico dirige, fabrica, el parto.

El médico sabe qué drogas emplear, qué maniobras ejecutar, qué interveciones quirúrgicas llevar a cabo, la mujer está en sus manos como una masa de carne, sin inteligencia ni voluntad. 

La Comadrona ya no tiene un papel decisivo en el parto, no hay ni siquiera escuela, profesión y colegio, especial de comadrona, que, con la forma moderna de asistir partos, ya no son  necesarias. Una enfermera basta para llevar a cabo las órdenes del médico y una profesional dedicada, exclusivamente a asistir partos normales, dejándolos evolucionar naturalmente, no tiene razón de ser cuando el parto se dirige, se abrevia y se termina por medios artificiales.




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