EL PARTO NO ES UNA ENFERMEDAD
¿QUÉ VENTAJAS TIENE CONVERTIRLO EN UNA?

         Se supone que un cambio tan drástico, sobre asunto de tanta importancia como el parto, llevado a cabo en el último cuarto del Siglo XX, no se habrá hecho por gentes indocumentadas,  al “ buen tuntún”, sino que doctores sapientísimos lo estudiarían bien, desde todos los puntos de vista y, acaso, por lo mucho que sabían no juzgaron necesario contar para tal cambio, con las personas más interesadas en el parto, en primer lugar, las mujeres y también con las matronas, mujeres que habían elegido una profesión, que se habían capacitado para ejercerla y se vieron, de la noche a la mañana, despojadas de ella, (de forma ilegal, según sentenció, en su día, el Tribunal Supremo) al que las matronas acudieron, en última instancia, defendiendo su derecho a una profesión milenaria, reconocida universalmente.
        
         La sustitución del parto natural por el parto inducido, provocado, dirigido, a la carta, se llevó a cabo, rápida y dictatorialmente, en 1976, apenas acabada la dictadura, sin el menor intento de “desfacer el entuerto” o sea,”volver a la situación que había antes de la publicación de la Orden Ministerial contra la que se recurría” (sic), como ordenaba  la sentencia del Tribunal Supremo, basada en que la desaparición del Colegio de Matronas y de la propia profesión se había llevado a cabo con “defecto de forma”, pues una Orden Ministerial no podía  suprimir un  Colegio y una profesión que  funcionaban acogidas a una Ley,  sentencia que no se cumplió.

         Las matronas fundaron una Asociación, hicieron sendas colectas, para buscaron un buen abogado se consiguió que el Boletín Oficial  del Estado publicara la sentencia, pero las matronas no podíamos ya, por motivos económicos, intentar que el fallo del Supremo se ejecutara y el propio abogado nos aconsejó que no siguiéramos luchando, esto es, gastando dinero inútilmente, pues  aunque España  ya no era, en aquella época una dictadura, sino una monarquía democrática, usos y costumbres dictatoriales iban a seguir subsistiendo, por inercia, siempre que lo hicieran a favor y en provecho de determinadas clases. Espeña tuvo dos dictaduras militares, durante el Siglo XX, pero ninguna de las dos se había preocupado de dictaminar dónde, cómo y de qué manera tenían que dar a luz las mujeres españolas, El cambio de la última dictadura a una monarquía democrática sirvió de pretexto, a las  Autoridades sanitarias, para variar la asistencia tradicional al parto que había sido considerado, hasta entonces, una función fisiológica normal, necesitada, en según los casos, de asistencia especial ofrecida por profesionales, minuciosamente preparados para ello, Tocólogos y matronas.

         La decisión de convertir el parto en una enfermedad, de suprimir las llamadas “Maternidades, clínicas especiales dedicadas a la asistencia al  parto de las cuales estaba excluído el ingreso de enfermos y de obligar a las embarazadas a someterse durante el embarazo, a la vigilancia, no de un especialista en partos, sino del médico especializado en enfermedades de la mujer, el ginecólogo, considerándo embarazo y parto una de ellas, tan grave que obliga a  hospitalizar, siempre,  a la parturiente, por el riesgo que supone la asistencia artificial al parto.
        
         La embarazada debe ir al hospital  el día y hora que tenga designado,  para someterse allí a lo que quieran hacer con ella, segura de “que todo es por su bien y el de su futuro bebé”, de que la Seguridad  Social tiene ignoradas razones de peso para no subvencionar partos naturales, y para intervenir, sistemática y artificialmente en todos los partos.
        
         Se sospecha que la forma radical, unilateral y coercitiva de realizar el cambio ha sido debida a que las razones que pudieran esgrimirse, a su favor, no estaban al alcance de la inteligencia femenina, sino sólo comprensibles para  “talentos machos” y que, estando exento el varón de la maternidad, no había porqué dar explicaciones sobre el cambio efectuado.

         Ni a las embarazadas ni a las matronas que asistían tradicional y naturalmente los partos, se les consultó para nada.  A las matronas no se nos dió otra  opción que la de cambiar de profesión, colegiarnos, obligadamente, como enfermeras y de trabajar, como tales, a las órdenes del  médico, obedeciendo, sin rechistar, a cuanto éste nos ordenase  hacer y a las mujeres se las hizo creer que dar a luz, además de ser, por designio divino, dolorosísimo, encerraba grandes peligros, entre ellos, el de parir un mostruo o un niño subnormal, como, casi siempre, ocurría cuando las mujeres parían de manera natural, en sus casas, o en las maternidades y no en modernos hospitales, dotados de todos los adelantos modernos, incluso de la panacea universal de la anestesia epidural, gracias a la cual ya no es necesario investigar la causa del dolor, de cualquier dolor, pues un “pinchacito de nada”, basta, hoy en día, para acabar con él.

         ¡Buen disgusto se llevó una pobre matrona que trabajaba como supervisora en un gran   hospital, porque no quiso acatar la orden de que las enfermeras sustituyeran, en los partos, al anestesista porque se había prometido utilizar anestesia epidural, en todos los partos, sin excepción, y no se disponía de anestesistas suficientes.

         La noticia de la incalificable insubordinación de la matrona  y  del justo  y merecido castigo de su expulsión inmediata saltó a la Prensa, cuando la matrona denunció el despido como injustificado, alegando que  trabajaba  en el hospital como como enfermera supervisora y tenía razón en no querer hacer,  ni mandar  a  otra colega realizar tareas que no eran las propias  de su profesión.

         El juzgado de Primera Instancia dio la razón al Director del Hospital. No se sabe en qué texto legal se  apoyaba la sentencia,  probablemente se tuvo en cuenta que la disciplina, la obligada obediencia, que está, en ciertas mentes,  por encima de cualquier otra consideración o en que un director, de lo que sea, debe tener atribuciones ilimitadas de “ordeno y mando” si se pretende que las cosas vayan, como es debido , es decir, estilo  militar.
        
         Las personas que trabajen en ámbitos donde haya quién mande, están obligadas a obedecer “en todo”, sin remilgos, ni condiciones, porque, como decía la fábula que aprendí, de memoria, en mi niñez y aún recuerdo, no somos todos unos, frailes y tamborileros, por lo que quién elige una determinada profesión,  debe saber lo que le espera, los pros y los contras que corresponden a la categoría de la profesión que eligió.

         En la época actual, parece que la peor, la ínfima, categoría es la de ser mujer y si, además de mujer se es madre, la cosa se complica, cada vez más.Yo llevo más de 25 años dándole vueltas al propósito moderno de acabar, paso a paso, con el parto natural, con la familia y, como meta final, con la feminidad de la mujer y no acabo de comprender qué se va a ganar con ello, ni quién lo va a ganar, suponiendo que algo se gane.

         De lo que si estoy enterada es de que nacer hombre o mujer no depende de la voluntad del ser humano, pues se sabe que el embrión es hermafrodita, que a un lado y a otro de su columna vertebral existen una especie de cordones conocidos como conducto de Wolf y conducto de Müller, de los cuales se formará el aparato genital del feto, del primero, el masculino y del segundo el femenino.
        
         Como todos los demás órganos, vísceras y aparatos del organismo, el sexo se forma de modo espontáneo. Sin que haya necesidad de intervención ajena de ninguna clase, uno de los dos conductos se atrofia y desaparece, mientras que el otro crece, se trasforma y desarrolla los diversos órganos que componen el aparato genital, completamente diferente en los dos sexos, no sólo externa, sino internamente.

         En los animales superiores y, desde luego, en la especie humana que es el  animal mamífero más evolucionado de la creación, no hace falta examinar los genitales externos para saber si se trata de un hombre o de una mujer, salvo en los recién nacidos y en los bebés, porque los signos que distinguen un sexo de otro, son numerosos y decisivos.

         Hasta la fecha se sabe que la elección del sexo se debe a la presencia en el núcleo del espermatozoo maduro que consiguió penetrar en el  óvulo, del cromosoma Y, portador de los caracteres masculinos y, en consecuencia, este cromosoma entrara a formar parte del código genético contenido en el cigoto, con arreglo al cual se formará un nuevo ser con parte de las características de sus antepasados, entre ellas, el sexo.

         Es curioso y digno de mención que en el trascurso de millones de años, los hombres se pelearon, lucharon hasta la muerte unos con otros. Siempre estuvieron  en  guerra, con cualquier pretexto y hasta, a veces, sin él.
        
         Pero, aún siendo tan diferentes, hombres y mujeres, nunca se declararon una guerra abierta, las peleas entre un sexo y otro siempre fueron entre individuos y hasta el presente Siglo XXI, siempre fueron peleas familiares en las que los dos bandos acababan haciendo las paces y teniendo un hijo más.
        
         No he encontrado en ningún texto histórico serio, mención de que alguna vez hubiera ejércitos exclusivamente compuestos por hombres o por mujeres, que se combatieran entre sí. Las luchas entre sexos son, en su mayor parte, domésticas.

         Los hombres y las mujeres se repartieron en Mundo y no soy capaz de juzgar quién salió ganando o perdiendo, pues las diferencias individuales son tantas que siempre se gana o se pierde, según las ocasiones y nunca lo hace el mismo sujeto.

         También es curioso y notable que la mayor parte del género humano está conforme con el sexo con que nació y se suele poner más empeño en cambiar de pobre a rico, de enfermo a sano, de don Nadie a Personaje, que de un sexo a otro y hay gente que se da por satisfecha con cambiar de indumentaria, de profesión o de costumbres. 
        
         Un número muy reducido de disconformes con su sexo se arriesga a someterse y tremendas y costosas operaciones para cambiar de sexo, de forma radical y lo curioso  es que, siendo el sexo femenino, el más discriminado, el que tropieza con más dificultades, el que tiene que llevar a cabo ese trance terrible que es el parto, el que de forma tradicional ha estado, hasta hace poco, sometido al otro, el que sean siempre los varones los que se deciden a cambiar de sexo, drásticamente, convirtiéndose en transexuales, es decir, sólo en apariencia mujeres, porque siguen careciendo,  hasta que no se realicen  transplantes de ellos, de determinados órganos como son el útero, los ovarios y las glándulas mamarias, así como de las imprescindibles secreciones hormonales femeninas.

 CONSUELO  RUIZ VÉLEZ-FRÍAS




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe ...