EL PARTO EN EL AGUA
Juan Ruiz, poeta alcalaíno
del Siglo XIV, conocido como “El
Arcipreste de Hita”, cargo para el que fue designado en 1351, después de
haber pasado trece años en la cárcel, por orden del cardenal Alvaro de
Albornoz, y que es uno de mis autores favoritos, gracias que mi madre me enseñó
a leer comprendiendo lo que leía, lo que había querido decir quién escribió lo
leído, porque la verdad es que el pobre Arcipreste fue incomprendido, no sólo
en su época. En su obra más conocida, “El
Libro del Buen Amor”, uno de sus
poemas comenzaba así: “Saber todas
las cosas, el Apostol lo manda”, seguramente refiriéndose a las enjundiosas
epístolas de San Pablo a distintos grupos de fieles y en determinadas y varias
ocasiones.
Yo creo que leer es un buen
sistema para aprender cosas y que la inteligencia se nos ha dado a los humanos
con el fin, precisamente, de que nos instruyamos para que podamos vivir
mejor. Así que cuando algo nuevo llega a
mi conocimiento, después de bien pensado y discernido, trato de ponerlo o no en
práctica, según haya llegado a la conclusión de si es bueno o malo, conveniente
o no. Nunca he realizado nada sólo porque la gente lo haga y muy pocas veces
porque me lo hayan ordenado, sin que yo hubiera estado convencida de que era
bueno y razonable hacerlo. Pero si he estado dispuesta a “probar todas las cosas”, después de asegurarme de que con ello no
iba a ocasionar perjuicio ni a mí ni a nadie.
Siempre he tenido una opinión
determinada sobre todo cuanto ocurría a mi alrededor, porque, aunque no me afectara personalmente,
me siento ciudadana del mundo y lo que pase a otros me interesa también.
Hace algún tiempo se viene
hablando de parto en el agua, presentándolo como el gran invento para mejorarlo
y me decido a opinar sobre el mismo y a contar mi experiencia, con la sana
intención que alguna parturiente pueda aprovecharse de ello. Es de sobra
conocido el famoso principio de Arquímedes que afirma que “Todo cuerpo sumergido en el agua, pierde el peso equivalente al del
volumen del agua que desaloja”, según el cual, una mujer de parto perderá,
al meterse en el agua, una parte, más o menos importante de su peso, según el
peso del agua que con su volumen desaloje.
Las comadronas clásicas, que habíamos estudiado
obstetricia como una carrera y una profesión especial e independiente y no como
parte de la profesión de enfermería, cuando el parto no se consideraba
enfermedad, además de estudiar la
anatomía y la fisiología del aparato genital femenino, conocíamos, asimismo, el
estado psicológico especial de la embarazada y de la parturiente porque el
parto no es una función que se realice a diario y el organismo femenino no está
acostumbrado a ella.
El parto es una
función fisiológica normal, pero, al mismo tiempo es algo muy importante y
transcendental en la vida de la mujer, tiene unas connotaciones sentimentales y
psicológicas de las que las demás funciones del organismo carecen. Aún
suponiendo que la embarazada haya conseguido liberarse de todas las supersticiones
y falsedades que acompañan al parto, es muy difícil, casi imposible que lo
acepte como algo puramente físico, sin una emoción y una participación psíquica
especial.
La mayor preocupación de los
obstetras varones, de todos los tiempos ha sido la de aligerar el pesado y
engorroso trabajo del parto, lo que la operación cesárea parece haber
conseguido ahora, con ventaja sobre los demás procedimientos, pero que todavía
no ha sido aceptada al 100% debido a que es costosa y no está exenta, por
completo, de inconvenientes.
La vieja creencia machista de que la mujer es
un ser intermedio entre el hombre y el animal, por lo que llegó a ser discutido
en un Concilio si la mujer tenía alma, acaso sobrevive en las mentes masculinas
y la psique de la mujer no ha sido, ni es, tenida en cuenta para nada, por los
obstetras
. Pero las verdaderas
comadronas no nos olvidábamos nunca de que éramos mujeres exactamente iguales a
la mujer que atendíamos, nos poníamos en su lugar, las tratábamos igual que
hubierámos querido ser tratadas,en trance semejante y teníamos muy presente el
estado psicológico de la mujer durante el embarazo y el parto.
Sabíamos que, al final del
embarazo, por normal que éste sea, la mujer experimenta un cansancio, una
laxitud, una pereza inexplicables que, frecuentemente, se acompaña de una gran
impaciencia porque el embarazo se acabe de una vez y el parto se presente
pronto y se realice lo más rápido posible, a costa de lo que sea.
También sabemos todas, o
debíamos saber, que por bien preparada que una embarazada esté para el parto,
durante el largo período de dilatación, en especial en las pausas que suele haber entre etapas
del mismo, la mujer suele ser presa de desaliento y la idea falsa y fatal de
que el parto se ha parado, suele convertirse en que el parto es imposible y
entonces es cuando yo he utilizado el precioso recurso del agua, aconsejando a
la parturiente que tome un baño el cual produce por efecto de la pérdida de
peso, de la sensación de flotar en el agua, un alivio inmediato del cansancio y
de la ansiedad. No es necesario disponer de una piscina portable de plástico,
es mejor una bañera normal de las que suele haber hoy en casi en todas las
casas, donde la mujer pueda relajarse y flotar.
No es necesario que otras
personas, la matrona que va a asistir a parto, una amiga o el hijo/a que quiere
ver como nace su hermanito, estén con con la mamá, dentro del agua porque lo
que se pretende es que la mujer se relaje y para eso tiene que permanecer sola, tranquila, sin ninguna
preocupación, gozando del sosiego, del alivio,que su inmersión en el agua la
proporciona, olvidándose momentáneamente del parto y de cuanto depende de él,
gozando de la suave caricia del agua.
Siempre que he utilizado este
recurso, en el momento en que la serenidad de la parturiente comenzaba a
vacilar, perdía su dominio sobre sí misma y las contracciones ameazaban con
convertirse, de molestas, en dolorosas, me ha dado muy buenos resultados. La
mujer recuperaba su serenidad y el parto
proseguía normalmente.
Además del baño, recomiendo
que no se intente abreviar el período de dilatación, que se consienta que éste
se verifique poco a poco y en distintas fases,
alternando la deambulación con el baño, evitando, a toda costa, la permanencia
en cama, sobre todo en decúbito supino, posición en la que la fuerza de la
contracción se ejerce, en parte, sobre la columna vertebral de la parturiente,
provocando los clásicos y falsos “dolores
de riñones” y dificultando y, a veces, hasta impidiendo, los movimientos
para colocarse en la debida posición que el feto tiene que hace para poder
salir del claustro materno.
No es verdad que el parto sea
cuestión de hacer fuerza, que la gimnasia durante el embarazo sea conveniente
para mejorar la potencia muscular de la mujer, sino que la dilatación debe
realizarse suavemente, por
medio de contracciones rítmicas, isócronas para lo que la tranquilidad y el
sosiego de la mujer es la mejor ayuda. No hay que olvidar que dentro del útero
hay un ser vivo que en un espacio reducido está ejecutando, espontánea y
matemáticamente, las maniobras que su instinto de nacer le sugiere para
conseguir hacerlas con el mínimo trauma para él. Las parturientes deberían
dejar de pensar únicamente en sí mismas, durante el parto y hacerlo, de
preferencia, en el feto, frágil, indefenso e inerme, que un papel tan
importante y tan comprometido desempeña en su propio nacimiento.
¡Imagínense a su niño dentro, mientras
la mamá flota dentro del agua! ¡Imagínense a los dos flotando en agua tibia,
uno dentro y otra fuera pero ambos anhelando el momento de encontrarse,
esperándole, tranquilamente, sin prisa,
seguros de que, ineludiblemente,
tiene que llegar!
Decididamente, el parto en el
agua, durante la dilatación es una cosa buena y recomendable, pero,
personalmente, no opino igual de la realización del período expulsivo y del
alumbramiento, dentro del agua.
El período expulsivo empieza
cuando la dilatación está completa, sin el menor reborde y la presentación
entre el 3º y el 4º planos de Hodge y cuando la presentación llega al 4º plano
se empieza a formar, a expensas del periné, el “canal blando del parto”, que tiene un papel muy importante en el
parto y que, a pesar de ello, muchas veces suele ser ignorado.
Dicho canal no se forma hasta que la dilatación no es ya completa
y la cabeza fetal, debidamente flexionada y rotada, ha llegado al 4º plano de
Hodge. El periné se despliega, se dilata, se expande, cubriendo, casi por
completo la parte de la cabeza fetal que, poco a poco, va apareciendo muy
lentamente, dentro de la vulva.
No creo que haya, ni en el
parto ni en ninguna otra función de la fisiología, nada que sea inútil y opino
que el despliegue del periné, como si se tratara de un paraguas plegable, está
destinado a proteger al feto, a frenar el impulso de los músculos abdominales
de la madre, con objeto de que el preciso y crítico momento en el que el feto
realiza el “tercer movimiento”, el
que desencaja las prominencias frontales de la pelvis materna, mediante una
enérgica deflexión, debido a la cual la frente, los ojos, la nariz, la boca y
la barbilla fetales, aparecen, poco a poco. Como si la formación del segmento
blando no tuviera más objeto que el de obligar al feto a salir despacio,
conforme va apareciendo la carita fetal, el canal blando retrocede,
se va retirando, se va arrugando, vuelve a convertirse en un periné
íntegro, si ha sido convenientemente protegido, sobre todo en la fase
siguiente, cuando el feto ejecuta su 4º y último movimiento en el parto, el de
rotación externa, mediante el cual, los hombros salen, uno a uno, en posición
vertical. Entonces el parto ha
terminado y queda sólo el rabito del alumbramiento por desollar.
No aconsejo, en absoluto, que
la expulsión fetal se realice en el agua porque al feto no hay que sacarle,
sino que tiene que salir él solito, la mecánica normal del parto es así. Para que lo haga cómoda y seguramente hay que
darle facilidades y para ello, la madre debe estar relajada, distendida, para
permitir que el feto pueda hacer los movimientos necesarios con entera libertad.
Si encuentra dificultad para ello, es posible que consuma más oxígeno del
normal e intentando recuperarlo, pruebe a respirar, cuando aún no debe ni puede
hacerlo, originando un inútil sufrimiento fetal.
No es ésta la única razón por
la cual creo que la expulsión fetal debe ser asistida fuera del agua, porque
las vueltas de cordón alrededor del cuello del feto no son, ni mucho menos, tan
frecuentes como se cree y salvo excepciones, no llegan a dar lugar a una
verdadera distocia, pero hay que contar con que, algunas veces se presentan y
hay que cerciorarse de ello, metiendo el dedo entre la vulva y el cuellecito
fetal. Si se trata de una sola vuelta y está floja, es muy fácil sacarla,
cuidadosamente, por encima de la
cabecita fetal, como si fuera un collar o una cadena, pero si es doble o está
apretada, hay que pinzar el cordón, entre dos “kockher”para cortarlo.
Yo no soy partidaria de la
episiotomía y mucho menos de que se verifique dentro del agua, por varias
razones y, aunque está demostrado que
los desgarros perineales suelen cicatrizar mejor que el rutinario corte, yo
siempre he puesto todo mi interés en que no hubiera desgarro y juzgo
indispensable una buena protección del periné, imposible de realizar dentro del
agua.
Tampoco me atrevería a
esperar al alumbramiento con la puérpera metida dentro del baño. Si el
alumbramiento es del tipo Shultze, la
placenta empieza a desprenderse por la parte central y la sangre procedente de
los vasos rotos forma, dentro de las membranas el coágulo retroplacentario, cuyo peso hace que la placenta se acabe
de desprender, caiga a la vagina y aparezca en la vulva, envuelta en las
membranas.
Pero si el alumbramiento es
del tipo Duncan, la placenta empieza
a desprenderse por un borde, no se forma el coágulo, sino que la sangre
escurre, lentamente por la vagina, sin llegar a formar el coágulo cuyo peso
contribuye, de manera eficaz, tanto al desprendimiento, como a la expulsión de
la placenta, suele perderse una cantidad mayor de sangre porque sale sin llegar a formar el coágulo. Naturalmente,debido a la falta de coágulo,
el alumbramiento tarda más.
CONSUELO RUIZ
VÉLEZ-FRÍAS